Intervention de Marcello Colussi Chercheur – Centre d’étude des conflits, le pouvoir et la violence et professeur à l’Universidad Rafael Landivar – Guatemala
La non-reconnaissance des personnes vivant dans la misère comme êtres humains. Colloque international « La misère est violence, rompre le silence, chercher la paix » Maison de l’UNESCO 26 Janvier 2012
¿Alguien sobra en el mundo ? La miseria es violencia
Lo extraño, lo que no encaja en la idea de “normalidad”, tiende a ser neutralizado. El mecanismo para ello es la segregación. Minuciosamente enseña Foucault que en la modernidad occidental se perfeccionó el espacio de segregación desarrollándose para ello los dispositivos “científicos” pertinentes : asilo y médico alienista. Locura no es la enfermedad mental ; es todo aquello que “sobra” en la lógica dominante. Marginal, así, puede ser cualquier cosa.
La sociedad “produce” sus marginales. En la cosmovisión occidental la razón matemático-mercantil es lo que guía la marginación ; las divergencias con ella son sancionadas como insensatas, pudiendo entrar en esa divergencia todo lo que se desee. Lo extraño, primariamente, produce rechazo. Lo “marginal” asusta, y por tanto se excluye, sea un vagabundo o un delirante, un débil mental, un homosexual, un seropositivo, una prostituta, un delincuente.
El mundo actual hace que la marginalidad deje de ser algo circunstancial para volverse estructural. Hoy asistimos a la marginación no sólo del mendigo harapiento sino de poblaciones completas. Se habla de “áreas marginales”. Aunque no se dice en voz alta, la lógica tras esto es que hay “gente que sobra”.
El peso de los países pobres es cada vez menor en el concierto internacional. Las materias primas pierden valor ante los productos de alta tecnología. Los pobres son cada vez más pobres, quedando confinados crecientemente a las “áreas marginales”. ¿Sobran entonces ?
Esos bolsones no son minorías discordantes sino que van pasando a ser lo dominante. En las grandes urbes del Sur (y en menor medida, en el Norte) las zonas marginales crecen imparables. El fenómeno no es circunstancial.
El Banco Mundial define pobreza como “inhabilidad para obtener un nivel mínimo de vida”. Probablemente es inhábil un impedido (un no-vidente, un parapléjico). Pero no lo son poblaciones completas. La imposibilidad de conseguir niveles mínimos de subsistencia radica en condiciones que trascienden lo personal. La pobreza que agobia a sectores cada vez mayores en el mundo no es sólo falta de habilidad para procurarse el sustento ; eso habla de nuevos estilos de marginalidad, consecuencia de estructuras injustas. Habla de relaciones de poder que marginan, que violentan a otros semejantes.
Es ahí cuando se hace evidente que la miseria es una forma de violencia. En Guatemala –país considerado muy violento– se habla hoy de la ola de violencia que lo asola, con 15 muertes violentas diarias por la criminalidad. Pero no se habla de las 18 muertes diarias por la desnutrición crónica. ¿No es eso violencia acaso ? La miseria es violencia, produciendo más daño que la peor delincuencia.
La forma que tomó el desarrollo del mundo actual es curiosa, y al mismo tiempo alarmante. Tenemos una revolución científico-técnica monumental, con una velocidad vertiginosa, pero lo que debería ser el centro de todo : el ser humano concreto, queda de lado. Era de las comunicaciones satelitales, de la inteligencia artificial, pero mucha gente no tiene para comer. Se gastan 30.000 dólares por segundo en armas mientras muchos no alcanzan la dieta mínima para sobrevivir (repito : 18 muertos diarios en Guatemala ¡por hambre !). Algo falla en la idea de progreso. Algo anda mal si podemos aceptar naturalmente la existencia de áreas marginales. ¿O es que alguien sobra de verdad ? Cada vez más gente queda marginada de la riqueza que la Humanidad genera. La marginación del nuevo estilo produce islas de esplendor resguardadas celosamente de las mayorías “excedentes”.
Desde hace algunos años se estableció como parte del discurso “políticamente correcto” hablar de lucha contra la pobreza. La iniciativa es loable ; diversos sectores, desde los más excluidos hasta los magnates de la revista Forbes, todos coinciden en que la pobreza es algo contra lo que debe actuarse. Instancias como el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional levantan su voz contra este flagelo basando sus iniciativas de asistencia a los países más necesitados en “estrategias de lucha contra la pobreza”. Quizá hay una preocupación genuina por el problema, pero algo sucede que las cosas no cambian : los pobres más pobres crecen en número y en distancia con quienes no lo son. ¿Por qué, más allá de una declaración bienintencionada, las cosas no cambian ? ¿Por qué el discurso oficial se indigna tanto y actúa contra, por ejemplo, el siempre mal definido “terrorismo” –que produce infinitamente menos víctimas que el SIDA– y no repara en la miseria en que vive buena parte de la humanidad ?
Según Naciones Unidas, hoy día 1.300 millones de personas viven con menos de un dólar diario ; 1.000 millones son analfabetos ; 1.200 millones viven sin agua potable. El hambre sigue siendo la principal causa de muerte. En la sociedad de la información 1.000 millones están sin acceso, no ya a internet, sino a energía eléctrica. Hay casi 200 millones de desempleados y ocho de cada diez trabajadores no gozan de protección adecuada y suficiente. Lacras como la esclavitud, la explotación infantil o el turismo sexual continúan siendo algo frecuente. Y según esos datos, el patrimonio de las 358 personas cuyas fortunas sobrepasan los 1.000 millones de dólares supera el ingreso anual combinado de países en los que vive 45% de la población mundial. La pobreza no tiene más explicación que la mala distribución de la riqueza.
La miseria en que vive tanta gente es la expresión descarnada de la injustica en que está basada nuestra sociedad planetaria. Luchar contra la pobreza y la miseria debe ser una acción dirigida a modificar esa injusticia. No es la miseria el objetivo final de esta lucha, como no lo podrían ser, por ejemplo, los niños de la calle, o la delincuencia juvenil, que son las consecuencias. Esos son los síntomas visibles de fenómenos complejos. La lucha ha sido y continúa siendo la lucha por la justicia. Como dijo Joseph Wresinski : “Allí donde hay hombres condenados a vivir en la miseria, los derechos humanos son violados. Unirse para hacerlos respetar es un deber sagrado”.